dimanche 13 août 2023

ELEGÍA DEL VIEJO POETA (1972)


Por Eduardo García Aguilar

(recado de un joven)

Con tu boina raída y mugrosa
que los años recuerdan con singular proeza, 
con tu inmutable pipa de bucanero,
con tu saco de amauta 
perdido en el transcurrir del tiempo,
subes la montaña con voz de jíbaro.
Los árboles no quieren mirarte,
ni el sol tiene deseos de regalar un rayo;
subes así con la mirada enhiesta,
tu flauta de marino,
tu paso de Sinbad en la huesa,
sin más que una docena de cartapacios viejos
y un poco de café para tamizar el regreso.
Sé claramente que vieron tu nacimiento
los platanales de verde oliva
y los maizales criollos de color subalterno;
no olvido tu épica de hacha,
cuando abrías la tierra,
ni mi amnesia recubre tu origen:
tu padre trajo mulas desde Rioclaro,
pasó por Solana 
y un solo can rabioso
presagió su venida;
tu madre fue la vieja 
que amasó las migajas del amo
y recubrió con telas marítimas el hontanar sereno.

Tus hermanos murieron con banderas azules
y tus primos, lo mismo,  pero rojas, ¿recuerdas?
Recuerdo tu emigración de siglos, 
aquellos días no llevabas la pipa,
ni la barba de nihil oscurecía tu cara;
eras ingenuo, no escribías poesía.

La fábrica recibió tu recado de fuerza,
sudaste la noche y la mañana,
tus manos se mezclaron 
con el obrero raso en los textiles,
en la que empaca cerveza,
del norte al occidente,
del sur hacia el oriente;
las tardes tu pasabas en el parque de Uribe
recordando el pasado y bebiendo en la copa
el elíxir de sábila.

Otro día emigraste al mundo del bohemio,
las cantinas hirvieron de guitarras y versos,
la prostituta recibió tu presente genético,
los muros levantaron una cárcel de sílabas
y el día perdió el esplendor de decenios...

Barlovento,
Barlovento, fue tu hospedaje raso,
una simple cama de ébano,
un nochero de grises corolas y patas,
un estante con los primeros libros:
John Perse, Whitman, Eliot y Machado,
en tu boca estaban Lorca y Vallejo,
en tu mano Claudel y Rimbaud, 
Baudelaire y Valery...

Hoy veo de nuevo que subes la montaña,
tus recuerdos agitan tu militancia ilímite,
los viejos amores, los primeros retablos,
los primíparos versos.
Quizá los hombres que rehusaron leer tus pupilos
y miraron con desprecio al artista,
no comprendan la nueva partida,
partida de fuerza, partida de aliento.

Cada paso que das sobre la maleza
y cada mirada que fugitiva alumbra
la irredenhta manigua, cada instante que pasa
y se pierde en la inmensidad histórica, 
cada paloma que surge sobre las canas
y corta de tajo la atmósfera,
dibujan la decadente invención de los tiempos.

Sigues hacia tu meta,
desde la colina se observa
tu saco de gleba ondear a los lejos,
los cartapacios que son los hijos del tiempo
yacen bajo tu hombro con estro sereno.

Quizá nuevos mundos
donde la soledad y la vigilia reinen,
donde los árboles no estén pintados
y cubiertos de avisos,
donde el aire no lleve en su seno
millones de bacterias y veneno,
donde no haya hombres ni seres
que perturben el sueño, 
sean el nido perfecto
para un viejo poeta
hastiado de manos callosas,
de innumerables noches de tedio.

¡Adelante viejo poeta!
con tu raída y mugrosa boina
y tu saco de flecos.

                                     Bogotá,  1972
 
* Este poema pertenece al libro adolescente América Escondida, escrito entre 1970 y 1972, en momentos de efervescencia estudiantil y política en Colombia, cuando ejercía con pasión la poesía comprometida. El libro unitario trae varios largos poémicas épiocos sobre la América prehispánica y al final varios poemas dedicados a la campesina, al padre Camilo Torres. El mecanuscrito lo guardé durante medio siglo en la carpeta azul intacta que viajo conmigo por el mundo. Ahora levanto estos textos como homenaje a ese muchacho, cuyos poemas oculté tal vez con rubor. Es mi respuesta a una carta escrita al futuro donde me increpaba y me decía que no lo ocultara ni traicionara.  
  

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